Por Olivier Soumah-Mis Consultor/Coach y Profesor de Management Intercultural
La pregunta parece elemental: "¿Qué es la Democracia?". Sin embargo, la respuesta se escurre como un espejismo al observar las realidades políticas contrastadas de nuestro mundo. En muchas democracias jóvenes, en particular, se ha impuesto una ecuación engañosa: voto = democracia. Pero esta reducción es un espejismo peligroso que oculta la complejidad y fragilidad del ideal democrático. Votar, ciertamente, es un pilar indispensable. Pero ¿es suficiente para hablar de una democracia verdadera? Esta interrogante señala con acierto los escollos que demasiado a menudo transforman este noble concepto en una cáscara vacía, una simple fachada electoral.
La Ilusión Electoral: Las Trampas de la Forma
En muchas naciones donde la democracia es reciente, el ritual del voto a veces
es vaciado de su sustancia por prácticas que corrompen su esencia misma:
1. El Voto-Transacción: Cuando autobuses rentados
por partidos políticos descargan electores alimentados y bebidos (con
sándwiches y bebidas incluidas) para que vayan a votar, ya no estamos en el
ejercicio solemne de un derecho cívico, sino en el clientelismo más crudo. El
intercambio de bienes materiales por un voto pervierte la noción misma de
elección libre e informada.
2. El Voto-Dictado: Esas
"consignas de voto" en pedazos de papel distribuidos por el partido
en el poder, a veces hasta dentro de la cabina electoral, son la antítesis de
la autonomía ciudadana. Es la negación de la deliberación personal y del
secreto del voto, transformando el acto democrático fundamental en un mero
trámite de registro de una orden.
3. El Voto-Ignorante: Cuando los
votantes no conocen a los candidatos, no comprenden los desafíos de la elección
o el sentido profundo de su gesto, el voto pierde su razón de ser democrática.
Una elección no informada, manipulada por el miedo o la promesa inmediata, no es
la expresión de una soberanía popular ilustrada.
4. El Voto en el Desprecio
de la Ley: Cuando el partido en el poder mismo pisotea las leyes que
promulga, ignora su propia constitución que debe encarnar o instrumentaliza la
justicia, el propio fundamento del Estado de derecho se derrumba. Sin Estado de
derecho – donde la ley se aplica igualmente a todos, gobernantes y gobernados,
y donde las reglas del juego son estables y respetadas – la democracia es sólo
un teatro de sombras. Una elección "libre" en tal contexto es una
farsa.
Estas prácticas revelan una verdad cruda: la democracia NO comienza con el voto, comienza donde el voto es VERDADERAMENTE libre, informado, secreto y enmarcado por un Estado de derecho sólido. Pero ciertamente tampoco se detiene allí.
La Arquitectura Invisible: Los Valores e Instituciones
Indispensables
La democracia auténtica es un ecosistema complejo que descansa sobre valores
fundamentales e instituciones robustas mucho más allá de las urnas:
·
El Estado de Derecho (Rule of Law): La supremacía
incontestable de la ley, la igualdad de todos ante ella, la estricta separación
de poderes (ejecutivo, legislativo, judicial) y la existencia de instituciones
independientes y fuertes (justicia, defensor del pueblo, tribunal de cuentas,
autoridades administrativas independientes) para controlar y contrapesar el
poder. Es el esqueleto que sostiene el edificio.
·
Los Derechos y Libertades Fundamentales Garantizados: Libertad de
expresión, de prensa, de asociación, de reunión, de conciencia. Sin libertad
para criticar abiertamente y sin temor al poder, sin prensa libre para
investigar, no hay democracia. Estas libertades son la sangre que irriga el
sistema.
·
El Pluralismo y la Tolerancia Activos: Reconocimiento y
respeto efectivo de la diversidad de opiniones, culturas, creencias e
identidades. La democracia vive y prospera gracias al debate contradictorio, a
la confrontación pacífica de ideas y a la protección de las minorías.
·
La Rendición de Cuentas (Accountability): La obligación
intangible de los gobernantes de rendir cuentas a los ciudadanos, al parlamento
y a las instituciones de control. La impunidad de los poderosos es un veneno
democrático.
·
La Participación Cívica Continua: La democracia no
se agota en la cabina electoral. Exige un compromiso constante: en la sociedad
civil, el debate público, el control ciudadano, las movilizaciones pacíficas.
Es una dinámica permanente.
El Cáncer del Populismo Autoritario: El Ataque desde Dentro
·
El Asalto a los Contrapoderes: Es el objetivo
prioritario. Ataques frontales contra la justicia independiente ("jueces
rojos" o "élites corruptas"), amordazamiento de la prensa libre
(designada como "enemiga del pueblo"), debilitamiento o incluso supresión
o sometimiento de las instituciones de regulación y control, acoso a la
sociedad civil. Estas instituciones autónomas son las garantes indispensables
del equilibrio democrático; debilitarlas es preparar la autocracia.
·
La Concentración Absoluta del Poder: Modificación de
constituciones para prolongar mandatos o aumentar las prerrogativas del
ejecutivo, puesta bajo tutela del parlamento, control acrecentado de los medios
públicos, nombramiento de fieles en todos los puestos clave.
·
El Clientelismo de Estado y la Corrupción Sistémica: Uso de los
recursos públicos y de los nombramientos para recompensar a los fieles,
castigar a los opositores y sobornar al electorado, perpetuando así un ciclo de
dependencia y control.
La resiliencia de una democracia frente a estos asaltos depende crucialmente de la solidez preexistente de su Estado de derecho. En Estados Unidos, a pesar de las violentas sacudidas recientes, instituciones fuertes (justicia federal, prensa investigadora, sociedad civil vigorosa, tradición constitucional profundamente arraigada) hasta ahora han hecho de barrera. En las democracias emergentes donde el Estado de derecho es débil, embrionario o minado por la corrupción, estos asaltos suelen ser fatales. La elección inicial, tan "libre" como haya podido parecer, sirve entonces de legitimidad de fachada a un desmantelamiento metódico de los salvaguardias democráticos.
Cultura Política: El Peso Invisible de la Historia
La relación de un pueblo con la democracia es profundamente cultural, moldeada
por la historia y las tradiciones:
·
Culturas Jerárquicas y Centradas en el Líder: En muchas
sociedades (algunas en Asia, África o incluso Europa del Este), la tradición
valora fuertemente la autoridad, la unidad nacional y la figura de un líder
fuerte y decisivo. La deferencia al poder, la búsqueda del consenso y la
evitación del conflicto abierto pueden primar sobre la contestación individual
o la defensa de los derechos frente al Estado. La democracia pluralista y
conflictiva a veces se percibe como una importación occidental inadecuada, que
puede coexistir difícilmente con fuertes expectativas sociales hacia un
liderazgo paternalista y unificador.
·
Culturas del Conflicto y la Reivindicación: En Francia, como
en otras viejas democracias occidentales (Grecia, Italia, países
anglosajones...), la democracia moderna es a menudo el fruto de siglos de
luchas sociales sangrientas, revoluciones y conquistas dolorosas (1789, 1830,
1848, la Comuna de París, las luchas sindicales...). La desconfianza
estructural hacia el poder concentrado, la cultura de la huelga, la
manifestación, la contestación pública y la defensa encarnizada de las
libertades individuales están inscritas en el ADN político. La democracia se ve
allí como una conquista constantemente amenazada, que debe defenderse con
presión social permanente.
Conciencia Cívica: El Desafío Permanente de los
"Demos" (Pueblos)
El nivel de cultura y conciencia política no es simplemente una cuestión de
antigüedad del régimen democrático. Es un desafío universal y evolutivo:
·
En las Viejas Democracias: A menudo se
observa un cansancio democrático, un desencanto, una desconfianza creciente
hacia las "élites", una subida preocupante de la abstención y una
dificultad para aprehender la complejidad vertiginosa de los desafíos
globalizados (clima, inteligencia artificial, flujos migratorios). El peligro
es la banalización, la percepción de la democracia como un logro definitivo,
haciendo a los ciudadanos menos vigilantes frente a sus erosiones insidiosas.
·
En las Jóvenes Democracias: El desafío
central suele ser la educación cívica efectiva y la comprensión profunda de los
mecanismos democráticos más allá del simple gesto electoral. La experiencia
concreta del pluralismo pacífico, la tolerancia hacia una oposición legítima y
el papel indispensable de una justicia independiente puede ser limitada. Los
reflejos clientelistas, autoritarios o de sumisión a la autoridad, heredados de
regímenes anteriores (coloniales, militares, de partido único), a menudo
persisten.
·
El Peligro Común: La Desinformación y la Complejidad: En ambos
contextos, la desinformación masiva y dirigida, amplificada exponencialmente
por las redes sociales, y la complejidad técnica creciente de los problemas
societales (biotecnologías, inteligencia artificial, crisis ecológicas
globales) representan desafíos mayores. Entorpecen la formación de un demos (pueblo)
suficientemente informado, crítico y capaz de participar en decisiones
colectivas racionales e ilustradas.
Conclusión: La Democracia, una Lucha sin Fin
Entonces, finalmente, ¿qué es la Democracia?
Es
mucho más que un ritual electoral periódico. Es un equilibrio dinámico,
exigente y constantemente amenazado, que descansa sobre tres pilares
indisociables:
1. Instituciones Robusta e
Independientes (Estado de derecho efectivo, separación de poderes real,
contrapoderes fuertes y respetados).
2. Valores Intangibles y
Vividos (Libertades fundamentales garantizadas de hecho, igualdad
ante la ley, pluralismo respetado, derechos humanos protegidos).
3. Una Cultura Cívica
Activa e Ilustrada alimentada por la educación, el acceso a una información
fiable y crítica, y la participación vigilante y continua de los ciudadanos.
Comienza
donde el voto es auténticamente libre e informado. Pero nunca se detiene. Vive
y sobrevive en el control diario e implacable del poder, en la defensa
intransigente de las libertades, en el respeto escrupuloso de las reglas
comunes, y en la capacidad de los ciudadanos para comprometerse, comprender los
desafíos complejos y exigir cuentas.
Como lo dijo el Abad Sieyès, inspirador de la Revolución francesa, "la confianza es la madre del despotismo". La democracia exige, pues, paradójicamente, una desconfianza sana y organizada, institucionalizada en contrapoderes eficaces y encarnada por una sociedad civil despierta y combativa. Es una lucha permanente, nunca definitivamente ganada, que exige tanto coraje cívico como papeletas de voto. En las viejas democracias adormecidas por la rutina como en las jóvenes democracias en construcción, es la intensidad y perseverancia de esta lucha colectiva la que define realmente el estado de salud – y la esperanza de vida – del régimen. Porque, como decía Abraham Lincoln, la democracia es ciertamente "el gobierno del pueblo, por el pueblo, para el pueblo", pero ese pueblo debe ser su guardián vigilante, jamás dormido. La vigilancia eterna no es un eslogan, es el precio ineludible de la libertad.