Por Olivier Soumah-Mis Consultor/coach Interculturalista
El Desafío Invisible: Por qué el
Cambio Cultural para un Expatriado es más Complejo de lo que Parece
En un mundo globalizado, donde las empresas operan en múltiples países y las carreras profesionales atraviesan fronteras, se asume con frecuencia que adaptarse a una nueva cultura es cuestión de voluntad. Basta con aprender el idioma, seguir las reglas de etiqueta y respetar las tradiciones locales. Sin embargo, la realidad para millones de expatriados es mucho más compleja: el cambio cultural no es un acto consciente, sino un proceso que choca contra las estructuras mentales más profundas de nuestra identidad. Es un cuestionamiento de las certezas que hemos adquirido a lo largo de nuestra educación.
La Programación Cultural Invisible
Todos los seres humanos somos productos de nuestras culturas respectivas. Desde la infancia, absorbemos un sistema de creencias, valores, normas y comportamientos que moldean nuestra manera de pensar, actuar y relacionarnos. Estos patrones no son elecciones racionales, sino programas mentales inconscientes que operan como lentes a través de los cuales interpretamos el mundo. Según el antropólogo Edward T. Hall, entre el 85% y el 90% de nuestra cultura es invisible, es decir inconsciente: está arraigada en lo no dicho, en los gestos, en las suposiciones tácitas y en las reacciones automáticas.
Para un expatriado, esto implica
un desafío monumental: ¿cómo cambiar algo que ni siquiera se ve? Por
ejemplo, un alemán criado en una cultura que valora la puntualidad como símbolo
de respeto podría sentirse frustrado al trabajar en México, donde los plazos
suelen ser más flexibles. No se trata de una falta de adaptación, sino de una
desconexión entre dos códigos culturales profundamente internalizados.
El Mito del Management Universal
Las escuelas de negocios y las multinacionales suelen promover modelos de liderazgo y gestión supuestamente universales, diseñados bajo parámetros culturales estadounidenses. Estos modelos enfatizan la individualidad, la competencia abierta, la toma de decisiones rápida y la comunicación directa. Sin embargo, lo que funciona en Silicon Valley puede fracasar estrepitosamente en Tokio, Mumbai o São Paulo.
En Japón, por ejemplo, el
consenso y la armonía grupal son pilares del éxito empresarial. Un líder que
imponga decisiones sin consultar a su equipo, siguiendo el estilo directivo
estadounidense, no solo será percibido como arrogante, sino que saboteará la
productividad. Del mismo modo, en países árabes, donde las relaciones
personales y la jerarquía son fundamentales, un enfoque excesivamente informal
podría interpretarse como falta de respeto.
Este desajuste tiene
consecuencias tangibles: según un estudio de Harvard Business Review, entre el
30% y el 50% de los expatriados fracasan en sus asignaciones internacionales
debido a choques culturales no gestionados. Hay la parte visible de los
fracasos de expatriaciones, es decir las personas que caen en depresión, estos
hay que repatriarlos. Pero cuantos sufren en silencio por miedo a expresar que
no están bien en su expatriación y el miedo a quemarse con la empresa.
La Trampa de la "Cultura Corporativa
Global"
Muchas empresas insisten en homogenizar sus prácticas bajo el argumento de una "cultura corporativa global". Sin embargo, esta visión ignora un hecho crucial: la cultura no se decreta. Imponer estructuras rígidas sin considerar el contexto local genera resistencia pasiva, desmotivación y, en última instancia, pérdida de talento.
Un caso emblemático es el de
Walmart en Alemania: la compañía intentó replicar su modelo estadounidense —con
énfasis en sonrisas forzadas, horarios flexibles y cercanía con el cliente— en
un país donde los consumidores valoran la eficiencia, la privacidad y el
profesionalismo distante. El resultado fue un fracaso multimillonario y la
retirada del mercado tras ocho años.
Hacia un Liderazgo Culturalmente Adaptativo
La solución no está en abandonar
los estándares internacionales, sino en integrar la flexibilidad
cultural como competencia clave. Esto implica:
- Desarrollar
consciencia cultural: Los expatriados y líderes globales
deben comprender no solo las diferencias superficiales (como festividades
o protocolos), sino también las brechas profundas en valores y
prioridades. Herramientas como el modelo de las 6 Dimensiones de Hofstede
(distancia al poder, individualismo vs. colectivismo, etc.) son útiles
para mapear estas diferencias.
- Promover
la humildad cultural: Reconocer que nuestro "sentido
común" es, en realidad, un constructo cultural. Un ejecutivo francés
en Corea del Sur debe cuestionarse constantemente: "¿Estoy
interpretando esta situación desde mi marco mental o desde el
local?".
- Rediseñar
prácticas desde lo local: En lugar de imponer un manual de
procedimientos, las empresas deben co-crear estrategias con equipos
locales. Por ejemplo, en Suecia —donde la igualdad y el equilibrio
vida-trabajo son prioritarios—, un sistema de evaluación basado en
competencias individuales podría ser contraproducente.
- Invertir
en mediadores culturales: Figuras puente, como coaches o mentores
biculturales, pueden facilitar la traducción de valores y expectativas
entre expatriados y locales al igual entre sedes centrales y filiales.
Conclusión: La Cultura no es un Traje que se Puede
Cambiar
Adaptarse a una nueva cultura no
es como aprender a conducir por la izquierda: es un proceso de deconstrucción
personal que confronta nuestra identidad. Para las empresas, ignorar esta
realidad no solo es miope, sino costoso. El liderazgo del siglo XXI no
será el que imponga fórmulas universales, sino el que sepa navegar en la
complejidad de lo humano, allí donde lo invisible determina lo visible.
La próxima vez que un ejecutivo
diga "aquí lo hacemos así", habría que responderle: ¿Para quién
funciona "así"? Porque en un mundo donde el éxito depende de la
capacidad para conectar con lo diverso, la verdadera competencia global está en
saber que nada es universal.
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